ray lester
amor de leona— ¿Tú crees que lo conseguiremos, Asher? Asher Murphy, de unos treinta años, fuerte complexión, moreno y de mandíbula cuadrada, miró desdeñoso a su gigantesco compañero de cabe
atila cabalga de nuevo—Este asqueroso bar no me gusta, Rich. Aquí no se puede uno divertir. —Te aguantas. —Está lleno de esclavos de la sociedad. —Eso pasa en todas partes. —Es que huelen muy mal, R
cachorro de sabuesoJonathan Wales, teniente de la brigada de homicidios de Brooklyn Heights, paseó por su oficina con una mueca de sarcasmo plasmada en el duro semblante. Ésta tenía mucho que des
cazadora de espías—¿Puedo subir a bordo? Fox Craig respingó al escuchar la bien timbrada voz femenina y súbitamente dejó de sentir interés en seguir abrillantando la barra protectora de la proa
colmillos vengadoresLa calma en el cementerio era total.No sobrecogía en absoluto la visión de las escasas tumbas a pesar del viento ululante que parecía arrancar lastimeros quejidos a los árboles
comando terroristaEn su despacho ubicado en el segundo piso de uno de los principales edificios del Kremlin, Eugeni Kramskoi, jefe de una importante sección del espionaje soviético, miró impasib
dos chicas con dinamitaADAM GILMAN no podía ya con su alma, cada paso que daba por la ardiente arena le costaba un titánico esfuerzo y en la última media hora se había caído siete veces. Se tambaleó,
el blanco, el negro… y la nenaRay Lester es el seudónimo del escritor Juan Mora Gutiérrez. Los dos jinetes detuvieron a sus cansadas cabalgaduras en lo alto del cerro. Allá abajo, en la explanada, se divisa
el cadáver está con nosotrosHizo un inciso y girándose a su hija menor, autorizó: —Ya puedes empezar el relato de tu pesadilla, Genny. La pequeña guardó silencio interminables segundos. Su familia llegó a
ella y sus gorilasGeorge Burker simuló seguir enfrascado en los papeles que tenía sobre la mesa panorámica, a pesar de que escuchó perfectamente que la puerta del despacho se abría y segundos de
fierecillas indómitas—¡Camarero! Rich Madison chasqueó la lengua y lanzó una mirada triste hacia la mesa que ocupaban los cuatro tipos con aspecto de matones. Desde que los vio penetrar en el resta
invasión verdeRay Lester es el pseudónimo usado por Juan Mora Gutiérrez.
inventar un asesinoApenas si habían transcurrido quince horas desde los graves acontecimientos ocurridos en el aeropuerto de Heathrow, cuando el norteamericano James Graham llegó a él en un vuelo
jungla de millonariosEl agente de la Oficina Federal de Investigación, Keith Lorimer, fijó los ojos pardos en el inspector Tom Hudson, sentado al otro lado de la mesa, y compuso una mueca sardónica
la ley juega sucioCuando el mayordomo Howard introdujo a Sherry Bellamy en el invernadero de la terraza que dominaba una vasta panorámica de Nueva York, la muchacha pudo ver a Nora Graham tendid
la muerte se adelanta—Ven a mi despacho que quiero presentarte a una persona, Booth. El teniente Booth Sargent levantó al mirada del teclado que estaba aporreando sin misericordia y la posó en el c
liliant quant va de comprasLarry Quant descargó un furioso puñetazo sobre la desvencijada mesa y todos los objetos que se hallaban en ella iniciaron un frenético bailoteo. —¡Eres una estúpida, mujer! Aún
llanto por un espíaLa noche tendía su manto gélido, húmedo, sobre la ciudad, y las personas que se hallaban junto a la barrera de separación tenían que frotarse las manos a intervalos o pisar con
noche de cuchilladasA los veintinueve años, Jim Cardarelli no tenía muchos motivos para considerarse un hombre afortunado, en el sentido crematístico de la palabra. Más bien podía decirse todo lo
páramo alucinanteEl joven Calvin Birchard se aloja en la casa del doctor Henry Kemble, amigo de su tío Stanley, en la pequeña población de Lookville. El sitio ideal para restablecerse, un lugar
perro de presasEl inspector Gunner Moberg levantó un extremo de la manta que recubría al cadáver y sus facciones se crisparon en mueca de desagrado. El torso desnudo de la víctima aparecía de
regreso de las tinieblasLevantó el revólver, apuntándole a la cabeza. De repente, sonó un estampido, y comprobó, estupefacto, que la sardónica risa continuaba plasmada en su desfigurado semblante. El
rita y el vagabundo erranteLas luces de Tehama comenzaron a parpadear a lo lejos. La oscuridad iba adueñándose de los contornos y Luc Owens se dispuso a pasar una noche más, metido en su acolchado saco d
rojo amanecer en oregónLa pequeña diligencia se detuvo brevemente en lo alto de la loma y los cuatro corceles sudorosos que componían el tiro pudieron tomar un respiro. Allá abajo, como a unas dos mi
rosanna de madrugadaLas campanas de todas las iglesias de Roma comenzaron a tañer encima de mi martirizada cabeza. No pudiendo soportar aquel horrísono estruendo, pegué un brinco y quedé sentado e
sabueso provisionalCornelius Mahan levantó las azules pupilas de los documentos que había estado leyendo detenidamente durante unos minutos y las posó en el rostro del capitán Merlo Vance. Compus
salvajes civilizadosEl tren partió de nuevo dejándolo en el solitario andén. Gradualmente el convoy fue adquiriendo velocidad perdiéndose en la noche. Cuando las luces del furgón de cola estaban a
telefonistas agresivasHay que ser sincero con uno mismo. Soy más feo que Picio, y veo menos que un ciego en un túnel del Metro. Por eso tengo que llevar las gafas de cegato, que contribuyen en un gr
un par de desgraciadosTendido cara arriba, bajo los contadores de agua de la finca, Burt Atkins dejó de darle vueltas a la tuerca, con la llave inglesa, y abrió mucho la boca. No era para menos. A m
un sucio tingladoHarían Niven, inspector jefe de la Oficina Federal de San Francisco, posó su penetrante mirada en los dos hombres jóvenes que tomaban asiento al otro lado de la mesa escritorio
una tumba por delanteEl presidente de una de las cadenas de periódicos más potente del país, Anthony Garfield, posó una mirada inexpresiva en el joven de piel curtida, rostro de facciones enérgicas
valle irlanda—¡Eh, Ty! —exclamó alborozado el viejo Liam Murray acercándose a la figura yacente de su amiga Levanta y echa un vistazo a esto, hombre. Adormilado por el suave sol de ¡as prim
veterano del amorMacu Ortigosa, veintiocho años, anchas espaldas de atleta, cabellos negrísimos y rostro de granuja simpático, golpeó el mostrador con el vaso que tenía en la diestra. —Otro chu
¿qué fue de mis muñecas?El caserón situado en una suave ladera de las Blue Mountains, a unos treinta kilómetros de la ciudad de Reading, en Pennsylvania, daba la impresión, desde el exterior, de ser u