pactos con la muerte
Abajo, en la escalera, los muebles, en montón, acaban de consumirse. Pedazos de madera ennegrecida despiden un olor fuerte y acre que atasca mi garganta. Entre esos restos calcinados los bomberos nos han abierto paso. La escalera de piedra está intacta, chamuscada en algunos sitios por las llamas, y, en el techo, un humo grisáceo se diluye, se desgarra en impalpables pedazos. Yo sé que el fin se aproxima, pienso en Jo, en Pietro, en Milou, y me digo que esto es aún posible que sea de «trabajo para la Identidad». Asciendo lentamente los peldaños chorreantes de agua, Harduin me sigue con él revólver en la mano. Avanzamos sin prisas, con prudencia, pegados a la pared y los ojos fijos en el descansillo.