PAÍS LIBRO

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yolanda arroyo pizarro

montar las olas

El rubio no se arrepiente de haberle echado gasolina al german shepperd. No le gusta cómo Mara se lo mama. Sus dientes chocan siempre con torpeza. Al perro debieron degollarlo primero, le dio asco verlo retorcerse. Fue divertido también. La brisa reparte su embate y los muchachos, el rubio y los otros tres, reciben satisfechos al dios viento. Les da en la cara, reduciendo la cantidad de pensamientos a uno solo: la búsqueda de las minas. Es al muchacho rubio al que únicamente le sobreviene una sensación de metal en la boca. Cuando las olas bañan una playa suave, se puede ver que parte del agua se hunde para gestar todo tipo de formas. Si uno se coloca a la orilla, descalzo, puede sentir el suelo vibrar. Las olas vienen con tremenda fuerza.