el secreto del coche de plata
—¡Detenedlo!—gritó el segundo oficial—; ¡va a tirarse al agua! El hombre que pasó corriendo por su lado, por entre un grupo de pasajeros que agitaban las manos despidiéndose de los amigos que estaban en el muelle, fue demasiado rápido para los que trataron de detenerlo. Balanceóse un momento en la barandilla y, dando un salto de tres metros, cayó sobre el muelle. Habían ya retirado las planchas y el gran trasatlántico en viaje a Nueva York era una mole en movimiento, demasiado poderosa para detenerse ahora. Además, bajaba el río a favor de la marea. Nada, salvo una señal de las autoridades del puerto, le hubiera hecho retroceder por un pasajero que había escogido momento tan singular para dar un salto en la oscuridad.