PAÍS LIBRO

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vic adams

al otro lado de la frontera

El pequeño corro de mirones comenzó a dispersarse. Lo que prometía ser una partida larga e interesante había terminado. Ken Orwell era el causante de esta pequeña desilusión. Tranquilamente, luego de dejar las cartas cuidadosamente boca abajo, atrajo hacia sí todo el dinero que había sobre la mesa y comenzó a guardarlo en sus bolsillos. Ninguno de los otros tres jugadores había osado poner su puesta al nivel de la de Orwell. El joven elegantemente ataviado soltó de pronto los billetes que tenía entre los dedos y su mano saltó como la cabeza de una serpiente que ataca, sujetando férreamente la muñeca de uno de sus adversarios.