pasaporte al infierno
UN hombre estaba apoyado de codos en la barra de un bar. Frente a él tenía un vaso mediado de licor al que contemplaba pensativamente. El desconocido no contaría más de treinta años. De constitución fuerte, de gran estatura y anchos y poderosos hombros, tenía la tez bronceada, facciones finas y correctas y ojos y cabellos negros. Su traje, muy cuidado, se componía de una bien cortada levita negra, modelo «Príncipe Alberto», pantalones del mismo color sujetos por un ancho cinturón del que colgaban dos lustrosas fundas por cuyas bocas asomaban las culatas de sendos revólveres «Colt». Aquel hombre parecía completamente desentendido de cuanto sucedía en torno suyo, dedicado tan sólo a la contemplación del vaso de licor, sin importarle un ardite el tumulto que le rodeaba.