PAÍS LIBRO

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vander kane

ciudad de cobardes

La mujer no lloraba. No podía hacerlo, pues permanecía sin reaccionar aún ante el bárbaro hecho de que había sido testigo. Su mirada turbia, como si alguien hubiera puesto ante sus ojos una niebla espesa, no podía separarse del inmóvil cuerpo del hombre que había sido su marido, tumbado sobre la hierba fresca. Los ojos femeninos, agrandados por un infinito estupor, seguían fijos, como hipnotizados, en la mancha roja que se iba extendiendo lentamente sobre la camisa del caído.p>