la ciénaga de satán
Bajo la luna llena, el calor era asfixiante. Corinne, semidesnuda, corría fuera de sí, entre los árboles descarnados. Las ramas azotaban su cara y sus piernas, rasgaban sus mejillas y retenían sus cabellos. Su espanto no tenía límites. Ignoraba, en realidad, porque se encontraba allí. Únicamente era consciente del viscoso ser que la perseguía, del inminente peligro y de su absoluta soledad.