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tony wanton

suez

El por qué, no habría sabido explicárselo en aquel momento, pero lo cierto, era que a Cullie K. Pyle, le iba resultando fastidiosa la persecución de que le hacía objeto aquel zambo de los demonios. Entreabrió los párpados un segundo para mirarle, y volvió de nuevo a embutirse en el sillón, con los ojos cerrados, mientras desfilaban por su mente caravanas de camellos, largas filas de palmeras, veladas mujeres con los ojos más negros que el pelo, y este bastante más que la conciencia de cualquier judío de los muchos que llevaba vistos en los bazares de El Cairo. La terraza del «Sheapeard’s» se le antojó pequeña en aquel instante a causa, de la cantidad de tipos que iban reuniéndose allí, miembros sin duda de la Liga Árabe, y que parecían haber establecido su cuartel general en aquella parte del famoso hotel.