PAÍS LIBRO

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silvia rivera polanco

nieve en agosto

Elevó su mano, tocando a los pétalos de cerezo que caían. Aún en contra de su voluntad y de su orgullo, una vez más estaba ahí, como cada año, como cada último día de agosto que aguardaba por ella. Por aquella pequeña niña sumergida entre tinieblas. Después de todo, al igual que esos extraños y rosados copos de nieve que tanto había adorado, ella regresaría. Siempre, siempre regresaría.