PAÍS LIBRO

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silver kane

una sombra al anochecer

La muchacha fue haciendo sonar uno por uno los barrotes de la gran verja. No pedía negar que tenía miedo. La casa, rodeada por la hiedra, emergía solitaria junto al río, que se perdía en la lejanía mansamente. Todas las ventanas estaban cerradas y reflejaban en sus cristales la suciedad de innumerables capas de polvo y de lluvia. En el jardín abandonado crecían arbustos de todas clases, pero sobre todo helechos, grandes y húmedos cuyas blandas hojas eran mecidas por el viento. La muchacha siguió avanzando. Conocía aquello muy bien.