una señorita llamada muerte
Sally no sabía qué impulso la había movido a ir a aquel extraño sitio. Era una calle sórdida y de aspecto poco agradable, cerca de Whitechapel. La luz roja del atardecer se proyectaba sobre las paredes de ladrillo y las ventanas de cristales sucios. En uno de los portales, sobre una placa negra, se leía en letras doradas: Mme. LINESCU 4 p. m.