una dulce canción en el infierno
Tendida en el diván, Clara Donovan no se preocupaba que la posición de sus piernas fuera la que adoptaría una señorita correcta. Con la confianza que le daba el trato casi diario con Gordon, mostraba unas líneas que a este le hacían sentir mareo. Pero fingió no darse cuenta y adoptó una actitud meramente profesional mientras abría la cartera. —Traigo el resultado de las últimas ventas en la Bolsa de Valores —dijo—. Ha ganado usted mucho dinero, señorita Donovan. Ella dijo distraídamente: —Bien. —Tres cuartos de millón —concretó.