siempre rezo por mis muertos
Allan subió calmosamente las escaleras del club que era en realidad un restaurante de pescado, al estilo tailandés, para paladares muy exigentes. Aquellas escaleras de barandilla dorada, alfombradas de rojo, llevaban a una puerta deliciosamente adornada con plafones de laca. Allan la empujó y entonces vio la muerte. Magnífica recepción. El fulano que estaba tras aquella puerta, apuntando con una pistola provista de silenciador, no tenía nada de delicioso.