PAÍS LIBRO

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silver kane

la ruta de los tres infiernos

El pitido del tren hizo que corrieran despavoridas unas cuantas vacas que pastaban en la llanura. No hacía ni un mes que los convoyes humeantes recorrían las tierras de Kansas, y cada locomotora que se acercaba por allí sembraba el pánico a su paso. Las puntas de ganado huían despavoridas, los caballos se encabritaban y hasta los más expertos cow-boys salían a veces despedidos por encima de las orejas de sus monturas. Los viajeros que se metían en el tren, veían también la sensación de que se jugaban la vida, y algunos se despedían de sus mujeres y sus hijos pensando que ya no iban a verlos más. Otros, al término de su viaje, explicaban emocionados la «aventura», dando a sus palabras el mismo énfasis con que narrarían un viaje a la Luna. Sin embargo, aquella aureola de misterio que envolvía a los ferrocarriles se iba perdiendo rápidamente. La gente se daba cuenta de que aquello era rápido y cómodo y que, bien mirado, resultaba más barato que viajar a caballo.