la ciudad secreta
Clive Murdock se quitó el sombrero, lo arrojó sobre la cama y aspiró con fruición el aire fresco y limpio que penetraba por la ventana abierta. Suspiró: —¡Al fin…! La casa en que ahora se encontraba no la ocupaba nadie, a excepción de él mismo. Era una gran torre de tres pisos rodeada de altos álamos y cercana al río. Era una casa vieja, pero agradable para pasar unas vacaciones. Al menos Clive no podía desear de momento nada mejor. Tranquilidad, paz, soledad…