la casa de las cuatromil delicias
BUENO, yo no sé si ustedes saben lo que es eso. No sé si imaginan lo que es estar sin blanca en una ciudad como Nueva York, donde o pagas al contado o no te queda más remedio que freír tus propios huevos sobre la tapa de una alcantarilla, porque nadie se ocupará de ti. Y además, lo peor era que los míos yo no sabía muy bien dónde los había puesto. Llevaba seis meses viviendo allí, tras llegar lleno de ilusiones desde Kansas, y aún no había podido publicar ninguna novela, o sea, que no había ganado ni un dólar. Pero no fue enteramente culpa mía, oigan.