PAÍS LIBRO

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silver kane

el novato

Cuando Rawlins llegó al Departamento de Estado, en Washington, las manecillas de su reloj señalaban las tres cuarenta y cinco de la tarde. Estaba enfermo. Desde el día anterior, unas agudas punzadas en el costado derecho le impedían descansar. No había comido ni dormido en las últimas veinticuatro horas, y ahora apenas podía sostenerse en pie. Pero una llamada urgente del Departamento de Estado era una cosa solemne e importante aun para un veterano desengañado como Joe Rawlins. Y por eso se arrastraba sobre sus zapatos y exhibía ahora su cara amarilla por los corredores del Departamento, igual que un funcionario que fuese a pedir de rodillas su jubilación.