el asesino mejor pagado de los estados unidos
Liberman consultó su reloj, inició una sonrisa, miró a través de la ventana al hombre que estaba abajo, en la calle, y dijo: —Morirá a las 4,30 de esta tarde. Le quedan exactamente dos horas de vida. En efecto, las manecillas de su reloj marcaban las 2,30. Hacía una magnífica tarde, una de esas espléndidas tardes del Sur llenas de dulzura y de anhelos de vivir. La gente, en su mayoría negra, caminaba apaciblemente por las calles de Louisville, la ciudad de Cassius Clay. Liberman hizo una mueca, contempló el sol que aún estaba muy alto y añadió con voz pastosa: —Eso lo matará. —¿El qué…?