crimen en el profundo sur
Los alaridos parecían llenar la noche, pero nadie los oía en la inmensidad de los cañaverales, en aquella zona de sombras, en aquel espacio intermedio entre la tierra y el agua que pies humanos parecían no haber hollado jamás. Dos manos rasgaron las ropas de la mujer, que estaba tendida en el suelo. —Ahora verás, condenada. El cuchillo brilló a la luz de la luna. La mujer abrió sus ojos redondos, desmesurados, donde brillaban mil patéticas lucecitas de terror.