al servicio de la o.t.a.n.
La muchacha atravesó la calle, bajo la fina capa de lluvia, y siguió caminando por la acera donde estaba la sastrería. Desde alguna iglesia cercana —ella no supo identificarlo porque no conocía bien el barrio—, fueron lanzadas al aire las campanadas de las once de la noche. La muchacha quedó un momento quieta y las escuchó, como sobrecogida, porque le parecía que aquellos tañidos metálicos hacían estremecer la niebla. Las escuchó todas, hasta la última. No sabía por qué, pero aquel sonido la llenaba de una confusa y extraña sensación. Al fin siguió andando.