un ataúd con ruedas
La noche en San Francisco era brumosa. Ales F. Barcley cruzó el puente del Golden Gate sin prisas, sin revolucionar en exceso a su «Corvette» sport, atravesando con los faros aquella bruma demasiado fría para lo soleada y agradable que había resultado la mañana, en la que había estado bronceándose en un solárium natural. Aquel viento del nordeste que había llegado a San Francisco había sido tan imprevisto como gélido.