lo que se da, no se quita
No era el mejor hotel de París, tampoco el peor. Hacia una tarde neblinosa, la humedad subía por el Sena y no se hacía apetecible un viaje en el Bateau Mouche. Jean-Paul Rébus, por aquellas fechas de primeros de octubre, no se perdía una función de la ópera, la asistencia al pabellón Pompidour ni hacer el recorrido por cuatro o cinco locales del Bajo París donde tenía amigos, donde se escuchaba la música más progre, donde se entremezclaban intelectuales y sofistas de pro, donde los nuevos periodistas metían sus narices con miedo buscando a los hombres y mujeres clave, en espera de captar sus frases, sus poses, y poderlas llevar a las portadas de alguna revista importante. En aquellos locales, los vapores de alcohol, tabaco y hachís se entremezclaban, formando tirabuzones que se hacían visibles a los focos de las luces artificiales.