el inspector ironsides
LOS cuatro señores que en la biblioteca de Lord Traviston saboreaban sus cigarros después de la cena, estaban poseídos de irreprimible inquietud, pues flotaba en el ambiente una indefinible tensión en desacuerdo con el aire acogedor y confortable del viejo aposento. Apacible y tranquila era en efecto aquella estancia con su elevado techo, su hermosa chimenea Adam y sus viejas y severas librerías de roble atestadas de libros de toda índole: raras ediciones príncipe entremezcladas con novelas folletinescas de cubiertas chillonas. Estas librerías habían sido siempre un suplicio para los ojos de Sir Hugo Vaizey, modelo de aseo y orden; sin embargo, en cuantas ocasiones había tratado de reconvenir a Lord Traviston por tal incuria y por el desorden general del aposento, su señoría, riendo, le había replicado que podía irse al cuerno; que la librería era suya y que así le gustaba tenerla.