PAÍS LIBRO

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peter debry

whisky para lobos

Flambert pensó fugazmente que estaba viviendo sus últimos minutos. Por dos veces había logrado liberarse de uno de sus dos atacantes. Pero ahora los tenía encima. El más flaco intentaba sujetarle ambos brazos, mientras las manos del más compacto iban cerrándose en torno a su garganta. Lo aplastaban contra el muro y se adhería el mentón al pecho para protegerse el fuelle respiratorio de la tenaza de las grandes manos sudorosas. Sentía la frialdad de los ladrillos en la nuca, pero su estrangulador iba afianzando progresivamente sus manos. El día caluroso se convirtió en roja neblina. Apenas podía ya respirar. El dolor comenzaba a paralizarle hombros y brazos. Pero se debatía desesperadamente en agónico esfuerzo.