PAÍS LIBRO

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peter debry

serenata para tigresas

Kent Chandler echó hacia atrás la cabeza, y el alevoso manotazo destinado a su nuca resbaló por su pecho. También desplazó aire el zurdazo que, en veloz gancho, subía con la malévola intención de alzarle el mentón en impacto secamente científico. Kent Chandler debía tener en gran estima a su físico, porque toleró una dolorosa presa en su pierna izquierda y un cabezazo en el estómago, como consecuencia, inmediata de su esquiva facial.