peligroso asomarse
A las cinco de la madrugada, la única cafetería abierta en la avenida Bolton era la cantina de los taxistas. Kit Doyle no recordaba exactamente dónde había dejado su «Lincoln». Posiblemente, delante de alguno de los clubs nocturnos que había visitado. Y luego, al salir, se había olvidado del coche. Enlazado a una farola, rió. Estaba pensando en la cara que pondría al día siguiente el empleado del garaje cuando le dijese que no sólo no podía pagarle el alquiler, sino que además le había perdido la pista al «Lincoln».