PAÍS LIBRO

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peter debry

los esqueletos del armario

El portero de las lujosas oficinas, detonante en su uniforme de pálido azul se aproximó con majestuosa arrogancia al taxi que acababa de detenerse. Syd Cradock medía un metro noventa, y sus blancos guantes daban mayor volumen a sus descomunales manos. Cogió la manecilla de la puerta, con la delicadeza que emplearía una solterona para asir un gatito. Pero al reconocer al ocupante del taxi, soltó un taco poco acorde con su anterior delicadeza. Kern Marlow, desplegando su compacta y larga humanidad, se apeó diciendo: —No te alejes mucho, compadre.