la red del dragón
El techo era muy bajo, de gruesas vigas de madera algo carcomidas. Servían de mesas, pequeños barriles en pie, y unos escabeles de tosco pino sin pintar daban asiento a los degustadores de los pálidos y engañosos vinos bordeleses. La sala era alargada, como antiguo almacén que fué, y a su fondo, se alineaban cuatro hileras de barriles, con sus etiquetas de solera y precio por vaso.