cuatro de alcatraz
La noche era bochornosa. Ni un soplo de aire movía las hojas de la exótica flora expuesta como en un escaparate en aquel ático de San Francisco. En las salas, los ventiladores pugnaban por renovar el aire viciado por los fumadores que se apiñaban alrededor de las mesas de juego. Burt Forbes, el croupier a cuyo cargo estaba la ruleta grande, se pasó por la frente su pañuelo de seda. Hizo una señal a su compañero de relevo, y salió a la terraza, porque acababa de ver al dueño del club Merriman, abandonar una de las mesas de póquer.