agencia de secuestros
Aquel mediodía del lunes 6 de octubre, Basil Lincoln mientras procedía a los maquinales gestos rutinarios de su aseo, miró con desagrado el rostro que le reflejaba el espejo. El blanco cabello alisado al cepillo, y la tez rubicunda le daban el aspecto del caballero netamente británico, que fue años antes. Pero el exceso de matiz colorado en la nariz y los azules ojos vacuos, desleídos en constante secreción lacrimal, eran las huellas patentes de su vertiginosa caída moral.