puertos sangrientos
Alto, encorvado de espaldas y desaliñado en el vestir, el recién llegado fue colocando parsimoniosamente sobre el cristal de la ventanilla los objetos que se iba quitando de encima. Depositó en la taquilla del prestamista armenio del barrio bajo de Singapur un reloj pulsera, un encendedor, una pulsera de plata y una estilográfica “torpedo”.