PAÍS LIBRO

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nadia colella

perdiendo autonomía

Tiempo. Todos me hablaban de tiempo. Que se trataba de una etapa, que ya iba a pasar, que nadie había muerto de amor. Imaginaba que no, pero el castigo que nos quedaba era mucho peor que la muerte. Cada recuerdo de Mía era como un fantasma que se movía en la oscuridad, una oscuridad de la que intentaba escapar. Pero su gravedad era tan fuerte que mis intentos se desvanecían con cada respiro que daba. Y aunque el tiempo siguiera transcurriendo, con una cadencia lenta y ominosa, solo podía esperar al día siguiente. Al mañana en el que tal vez su recuerdo se desvaneciera. Al mañana en el que tal vez pudiera respirar sin esta sensación vacía. Sin embargo, cada noche mi reloj volvía a detenerse. Porque cuando cerraba los ojos, Mía estaba ahí. ¿Cómo podía olvidarme de ella si era la dueña de mi oscuridad?