la hora de morir
NO era aún mediodía, cuando los dos jinetes dieron vista al valle. Cada uno de ellos tiraba del ramal de una mula de carga atiborrada de bultos, y en el aspecto de ambos hombres se adivinaba que habían pasado largo tiempo alejados de la civilización. Bob Dean miró hacia el fondo del valle, y sus ojos relampaguearon de placer ante la vista lejana y confusa del pueblo. —¡Fíjate en esto, Jas! —gritó a su compañero—. ¿Has visto nada más hermoso en tu vida? ¡Otra vez en casa, y con las talegas llenas! ¡Sí parece un sueño!