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meadow castle

agua y sangre

A principios del mes de agosto, en las primeras horas de la tarde, nadie se aventuraba a atravesar Earp, Arizona, de parte a parte a menos que estuviese borracho, se hubiera vuelto loco de repente, o, lo que es más grave, que estuviera enamorado. Caleb Carey estaba enamorado, o creía estarlo, que no es precisamente lo mismo. Debe declararse que en Earp no había un solo varón de veinte o treinta años que no se sintiera irremisiblemente atraído por Virginia Greene. Lo peor de todo era que ella adivinaba que no era precisamente amor lo que inspiraba en los hombres, sino algo muy distinto, y estaba dispuesta a seguir aguardando la llegada del que la hiciera sentir el dulce sentimiento afectivo.