un maldito intruso
Mientras su montura, ya abrevada, mordisqueaba la hierba bajo los enebros, Nick Slade se desnudó lentamente de abajo arriba, al estilo llanero, coronando el montón de ropa con el amplio sombrero, saboreando ya el goce que iba a proporcionarle el agua del remanso, que veía centellear a través de las matas de artemisa y de zumaque. Era la hora quieta de la media tarde, sin un soplo de aire, sin un rumor. La hora tranquila en que todo parece adormecerse y el tiempo se detiene; cuando hasta los pájaros enmudecen.