PAÍS LIBRO

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mark sten

la ley del destino

David Jackson no llevaba precisamente una gran carreta entoldada, clásica de los colonos. Llevaba un carrito de poco hierro. Iba sentado junto a las varas, apoyando un antebrazo en la grupa del hermoso caballo que tiraba de tan miserable vehículo. Se oyeron unos gritos guturales. Provenían de lo alto de la colina.