sin aliento
Mono, casco, el fardo del paracaídas a la espalda. Los tres igual. Los tres contemplando con silenciosa avidez el paisaje por la lucerna abierta en el vientre del «Super-warrior» especial. (Mil doscientos metros más abajo: el paisaje que iluminaba la luna al asomar entre jirones de nube). Los tres. Uno era Jack, Jack a secas. —¿Jack? —había preguntado el coronel Evans momentos antes. Y él había dicho: —Listo.