murmullo de muerte
El tercer hombre se alejó. El coche estaba discretamente colocado a la sombra de un árbol, a un centenar de metros del parador. Era un coche robado dos horas antes; un sedán nuevo, bicolor, cuyo propietario no se percataría del robo, salvo imprevistos, hasta más tarde, cuando saliera de la oficina. El propio Pedro había hecho el trabajo, y no al azar. Sabía a quién robaba, conocía sus hábitos. No era difícil entre la reducida población de Mexicali.