los muertos caen hacia adelante
El hombre de rostro anguloso llegó a Albuquerque en el tren de las diez de la noche. Su potro, un alazán soberbio, de larga cola y largas crines, fue sacado del furgón de ganado, y en el mismo andén lo ensilló y lo montó. Después, rígido en la silla, se adentró en la ciudad. Descabalgó ante la cuadra de alquiler y entregó el animal al encargado. —Échenle un buen pienso. El encargado de la cuadra había visto en su vida muchos jinetes y muchos caballos, pero algo tenían el hombre y el alazán que despertó su interés.