PAÍS LIBRO

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mark halloran

la hora de los traidores

Sam Blaine se detuvo más allá del seto y, a la luz de un farol, contó los billetes. Uno... dos... tres... cuatro... ¡cinco! Quinientos pavos. Los dobló y los beso. Luego los guardó en el bolsillo trasero de sus pantalones. Había sido un buen trabajo, fácil y agradable. Miró atrás, hacia la gran casa de Crane, cuyas ventanas iluminadas se distinguían entre los árboles del jardín, y sonrió. Grane pagó al contado. Con quinientos pavos podría saldar el alquiler de la oficina, desempeñar el coche, comprarse un traje y quién sabe si tomar una secretaria. Una secretaria era imprescindible para el negocio. Una rubita, como Rhonda, la que tenía Malvern, la que nunca parecía enterarse, cuando estaba sentada en su puesto del antedespacho de la agencia, de que su falda era cuatro dedos demasiado corta. Esto atraía a los clientes. Así andaba Malvern nadando en oro.