aquel jueves negro
La canícula se había anticipado. Apearse del coche, que estaba refrigerado, era como meterse en un baño turco. Steve contempló el mar con envidia. Miró la hora en su reloj: las diez menos veinte. Una mancha de césped rodeaba la casa blanca y roja. Lirios chinos, canas, petunias, geranios de grandes flores crecían bajo los árboles. Más allá del jardín se iniciaba la playa. Después estaba el mar.