PAÍS LIBRO

Autores

marcel allain

la audiencia roja

POR los débiles resplandores de la tarde que moría, que a duras penas entraban por la ventanita provista de sólidos barrotes, difícilmente se distinguía la silueta del hombre que allí se encontraba. Pero se adivinaba su actitud, y ésta era la de un personaje tranquilo, dichoso de vivir y, como se dice vulgarmente, «amigo de tumbarse a la bartola». La estancia era sencilla, pero relativamente cómoda. Era una de esas viviendas de empleados modestos que han economizado el sueldo céntimo a céntimo sólo para aparentar un lujo falso. Fuera, el ambiente era silencioso, de día de nieve, y se adivinaba el fuerte viento que hacía danzar los blancos copos. El hombre se calentaba.