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sangre papua

Comenzaba a amanecer. Las altas cumbres del «Kilima-Ndjaro», cubiertas por sus nieves eternas, aparecían rodeadas por un mar de nubes que las asemejaba a solitarias islas de deslumbrante blancura, pareciendo que emergiesen de aquella masa algodonosa para recibir sobre sus superficies los primeros destellos solares, que descomponían su luz sobre ellas en múltiples y cegadores reflejos.