quedan cinco balas
—¡Soooo!… ¡Quietas, bestias!… —gritaba el carretero, tirando de las bridas que le permitían manejar el vehículo sobre el duro y seco suelo, que parecía una plancha de metal puesta al horno. Cuando hubo conseguido que se detuvieran, echóse el sombrero hacia atrás y miró a las aves que describían círculos que eran sintomáticos para el carretero. —¡Esperad aquí! —dijo, dirigiéndose a los animales—. Tengo tanta prisa como vosotros en llegar a la cantera. Pero hay algo por ahí que tal vez requiera mi ayuda… Y con un paso inseguro por las dificultades del terreno, avanzó con firmeza. Calculó mentalmente en unas trescientas yardas la distancia que le separaba de la parte en que las aves vigilaban.