¡miserable!
Varios vaqueros entraron en el local hablando entre ellos. Ana, la dueña, les contemplaba en silencio. Para que entraran, hubo de apartarse de la puerta, ya que estaba apoyada en el quicio de la misma. El barman, que se hallaba limpiando el mostrador, miró hacia ellos y exclamó: —¡Habéis madrugado! Estamos de limpieza aún.