la canción del látigo
Los asistentes al saloon aplauden la última canción de Helen. Ha sido, como la mayoría de su repertorio, una canción picaresca y atrevida. La muchacha, complacida, va hasta la mesa en la que están sus admiradores. Entre ellos está Henry Croissat, abogado de la ciudad, que viste con llamativa elegancia. También se halla el ayudante del director de las minas Montana, la compañía más fuerte en Butte, que controla las mejores minas de cobre existentes en aquellos contornos. Este ayudante, llamado John Durrant, se pone en pie para ofrecer asiento a la cantante. El propietario del local, que está con los aludidos, dice: —¡Muy bien, Helen! ¡Muy bien! Éstas son las canciones de verdadero éxito, te irás convenciendo de ello. —Sí, ya lo veo —comentó ella al sentarse.