juez prevaricador
Maud, dueña del Júpiter, sonreía oyendo lo que la empleada más estimada decía a los que pasaban ante el local. Les invitaba a pasar si querían divertirse. Y a diferencia de otras «sirenas», sus palabras no tenían nada de provocación ni promesas de placeres deshonestos. Rita, como se llamaba la empleada, vestía de una manera muy honesta. Y era curioso observar que, a pesar de esa diferencia en el lenguaje, en los gestos, era mejor escuchada. No ofrecía nada que no fuera normal. Y los diálogos que a veces entablaba con los vaqueros hacían sonreír a los oyentes.