incendiarios
Joe Scott esperaba impaciente a que le fuera permitido el acceso al despacho del alcaide del presidio de Tucson en el que había permanecido preso durante un año. Mientras aguardaba, pensaba en todo lo que le había contado el guardián que hasta allí le condujo. Seguramente podría recuperar la libertad de la que fue privado por una sentencia que le condenaba a cumplir tres años de prisión por un delito que no había cometido. Su nerviosismo aumentó cuando se abrió la puerta del despacho y salía el guardián.