el valle muerto
El coronel Whilney paseaba, solitario, ante la puerta de su despacho-domicilio. Estaba preocupado desde días atrás. Eran muchos más los prisioneros que le habían enviado que la dotación del fuerte. En cualquier momento podían adueñarse de la situación, si se lo propusieran. Pero, por fortuna, se desahogaban cantando sus himnos o canciones sudeñas.